LUZ,
SÍMBOLO Y SISTEMA VISUAL,
NIETO ALCAIDE, VICTOR, Madrid: Cátedra, 1989.
Reseña Crítica
Interior Basílica de Saint Denis. París. |
Los primeros capítulos de la
obra de Víctor Nieto Alcaide versan sobre la primacía del elemento lumínico no
sólo en lo referente a los aspectos constructivos de edificios góticos, sino y
especialmente en el simbolismo esencial que la luz posee en este arte.
El nacimiento del gótico
encuentra sus orígenes más profundos en los nuevos postulados y respuestas que
en relación con la religión cristiana, tienen lugar entre finales del siglo XII
principios del XIII hasta el siglo XV, o principios del siglo XVI en el caso de
otros lugares como España en los cuales el arraigo del románico, en relación a
su vez con las vías de peregrinación y
la posterior integración de elementos del gótico, prolongaron aún más este
estilo.
El auge de este nuevo estilo
se vincula con el crecimiento de nuevas y antiguas ciudades, verdaderos focos
políticos, comerciales, poblacionales, religiosos y artísticos, en los que se
desarrollará la máxima expresión del arte gótico: la catedral. Este edificio no
sólo representaba la unidad de un pueblo en sus creencias sino que su
simbología penetraba aún más profundamente. La catedral era considerada la Casa
de Dios e imagen de la Jerusalén Celeste, ya citada así en textos románicos. Es
por ello que los esfuerzos se centraran en la construcción de la misma,
aglomerando a los diferentes gremios, que bajo las directrices de o bien las
escuelas catedralicias o bien de un clérigo, bajo el mecenazgo real
generalmente, estas catedrales serán verdaderos exponentes no sólo del dominio,
evolución y perfección de técnicas constructivas, escultóricas o estilísticas,
sino muestras relevantes de la religiosidad profundamente cristiana que
configuró esta sociedad.
La consideración de que fuera
la Casa de Dios, hacía imprescindible la búsqueda de la perfección tanto formal
como constructiva, en orden a reflejar mediante la geometría y la proporción,
la idea del Orden, de Belleza y de Bien vinculadas al Creador. Sin embargo,
todos estos agentes quedaron supeditados a uno fundamental por el cual la
propia concepción del edificio obtendrá su plena significación: la luz.
En el gótico el elemento
lumínico obtiene no sólo un valor meramente constructivo y definitorio del
espacio del edificio, sino que a su vez aúna un valor trascendental, a cuya
representación y presentación se encaminan las diferentes innovaciones
apreciadas en la arquitectura de este período. El desarrollo del simbolismo de
la luz y lo que ello supuso en el arte, encuentra su sentido en la relación
análoga que se establece entre la luz y el Creador, como testimonian fuentes
numerosas y referencias literarias, tales
como las encontradas en los evangelios
de San Lucas, quien dice de Dios que es “…luz para la iluminación de las
gentes”; o de San Juan: “Yo soy la Luz del mundo; el que me sigue no anda en
tinieblas, sino que tendrá luz de vida”. Los
textos de los Padres de la Iglesia prolongan a su vez este significado
metafórico que se perpetúa a lo largo de la Edad Media, donde adquiere su
máxima expresión con su relación intrínseca de lo bello, formulado así por San
Buenaventura-quien afirmaba que la perfección de un cuerpo se relacionaba con
la luminosidad, lo que será clave en la introducción de objetos de gran brillo
en la catedral no sólo como medio de identificación y participación con la
Divinidad, sino también como elemento indicativo del poder de los promotores y
comitentes de la misma-, por Guillermo de Auxerre –en su Summa Aurea-, Hugo de San Víctor o Santo Tomás de Aquino, quienes
definían lo bello como “la consonancia de partes y luminosidad”. Este valor y concepción de la luz
especialmente en el siglo XIII, es lo que como ya ha apuntado Bruyne se
denomina Mística de la Luz. Lo luminoso, por tanto como ritmo musical, se orientaba hacia la
perfección cosmológica y al presentimiento de la proximidad del Creador.
Este valor sagrado de la luz
quedaba remarcado a su vez por el juego cromático que, por medio de las
vidrieras, se proyectaba al interior de las catedrales señalando de forma más
patente la diferencia de dicho espacio en relación con los demás edificios de
la ciudad. La necesidad imperiosa de una mayor pulsión vertical y muy
especialmente de una mayor iluminación directa de la Casa de Dios motivó
importantes cambios. El aligeramiento de los muros gracias a la introducción de
un nuevo sistema de soportes, facilitó no sólo una elevada altura, sino que a su
vez permitió la apertura de un cuerpo de luz: el claristorio. Este fue
desarrollándose en sus proporciones haciendo que a partir de las vidrieras –un
elemento ya presente en el románico pero carente de las dimensiones,
complejidad estilística y policromía desarrolladas a partir de este momento-, la
penetración de la luz, se viera enormemente incrementada respondiendo así a la
simbología que, en última instancia y no por ello desconocida, confería en
relación a la Divinidad. De esta forma, se puede hablar de una verdadera
conversión del muro en vidrieras. Es lo denominado por Panofsky como “Principio
de transparencia”, o la definición de arquitectura diáfana conferida por
Jantzen y aceptada por Simson.
Interior Saint Chapelle. París. |
Por todo ello, se entiende
como verdadera nota definitoria del gótico a la luz, y no tanto los elementos
como el arco apuntado, la bóveda de crucería o el arbotante, ya que los tres
estarían en última instancia supeditados y ordenados al logro de una mayor
luminosidad.
Si bien en el románico las
vidrieras no constituían más que un mero sistema de cierre -al igual que los
muros-, definitorio de un espacio y a partir de las cuales se obtenía mediante
la iluminación física unos resultados efectistas y apropiados en lo referente a
la lectura de los programas iconográficos de las iglesias, las vidrieras
góticas filtraban la luz natural del exterior, y eran un medio de conversión de
la misma en una realidad inmaterial y trascendente, que vinculaba al hombre con
Dios, sin que por ello anulase su función de marco y cierre, sino que en el
gótico se elimina la idea de materia impenetrable. Por lo tanto, las
diferencias entre ambos estilos en cuanto a la iluminación responden tanto a
cuestiones técnicas -el tamaño por ejemplo-, como a funciones de las mismas.
Este sistema de iluminación
simula la desmaterialización de aquellos elementos constructivos que conforman
el edificio. De esta forma el efecto de esa luz no-natural con carácter
transcendente queda asociado a un ámbito supra terrenal, espiritual, alejado del
mundo sensible de las experiencias y vivencias del hombre. Jantzen indica cómo
la arquitectura gótica intenta el logro de la ingravidez de sus propias
estructuras en vistas a la consecución de dicha simbología divina de la luz.
Así los arquitectos centraron sus esfuerzos y conocimientos técnicos en la normativa óptica de ficción,
alterando las apariencias y evidencias de las funciones de los elementos
constitutivos de la catedral. En última instancia, por tanto, se puede señalar
cómo a través de todos estos métodos se pretendía la clara diferenciación del
espacio interior respecto al exterior, a la vez que se subrayaba la unidad del
mismo mediante la luz. En palabras de Grodecki: “En ningún sitio, antes o
después, la vidriera ha desempeñado un papel semejante en una composición
arquitectónica, concebida en función del efecto coloreado y luminoso, donde se
unen todos los temas maravillosos del simbolismo de la luz”.
En lo referente a la
simbología propia de las vidrieras no son pocos los escritos que aluden a ello.
Entre otros Pierre de Roissy, canciller del cabildo de Chartres y director de
la escuela de Teología afirmaba hacia el año 1200 que: “Las vidrieras que están
en la iglesia y por las cuales se transmite la claridad del sol, significan las
Sagradas Escrituras, que nos protegen del mal y en todo nos iluminan”. A su vez,
se confirió una vinculación entre el paso traslúcido de la luz por las
vidrieras sin alterar el soporte físico de las mismas, con el misterio de la
Encarnación del Verbo, como señala Rutebeuf: “lo mismo que se ve la luz del sol
cada día que en la vidriera entra, sale y se aleja, sin romperla mientras pasa
y pasa, así os digo que queda sin mácula la Virgen María”. Por su parte, el
Pseudo San Bernardo establece un paralelismo entre el ámbito de la fe y la
razón en el mismo Misterio: “Como el esplendor del sol atraviesa el vidrio sin
romperlo y penetra su solidez en su impalpable sutileza, sin abrirlo cuando
entra, y sin romperlo cuando sale, así el Verbo de Dios penetra en el vientre
de María y sale de su seno sin romperlo”.
Las funciones transformadoras
del espacio ejercidas por las vidrieras, revirtieron a su vez en la pintura.
Entre ambas se desarrolla una correspondencia simbólica y una relación
dialéctica entre la idea metafórica de la pintura y sus medios, con los nuevos
procedimientos de la vidriera. Sin embargo, el sistema de iluminación gótica
estableció principalmente una concepción figurada del espacio, haciendo de este
una realidad aprehensible y valorable en el que se movían las representaciones
artísticas y los actores de las composiciones en una ficción de un ámbito
sagrado.
Interior Sala Capitular de la Catedral de Salisbury. |
Tras el análisis de la
importancia que sin lugar a dudas ejerció la luz, elemento tanto configurador
como metafórico surge el interrogante de la consecución o no de su finalidad:
la vinculación con el Creador. La respuesta la proporciona el testimonio del
Abad Suger: “(…) cuando embelesado ante la belleza de la Casa de Dios, cuando
el encanto de las gemas multicolores me ha conducido a meditar sobre la
diversidad de las virtudes sagradas, transponiendo lo que es material con lo
que es inmaterial, tengo la impresión de verme a mí mismo residir realmente en
una extraña región del universo, sin existencia anterior en el limo de la tierra
ni en la pureza del cielo, y que, por la gracia de Dios, yo puedo sentirme
transportado en el mundo más elevado de manera anagógica”.
Finalmente, y en última
instancia, las aspiraciones de la sociedad de la Edad Media no son otras que la
más intrínseca del hombre: la unión definitiva con Dios, para lo que el arte
constituyó un medio imprescindible.
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