sábado, 2 de noviembre de 2013

Is Art Worth a Life?


Is art worth a life? ¿Merece la pena arriesgar la vida por salvar una obra de arte? Esta pregunta, lanzada al aire por Bernard Taper en una entrevista, aparece continuamente a lo largo del libro de Robert M. Edsel, The Monuments Men.

The Monuments Men narra la historia de un grupo de especialistas del mundo del arte -conservadores, arquitectos, escultores y profesores- que, alistados en el ejército, ayudaron durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial a conservar el patrimonio cultural europeo y recuperar las obras expoliadas por los nazis. Durante el último año de la guerra se calcula que recuperaron unos 5 millones de piezas.

En el desempeño de su labor, como es lógico, la Brigada de Monumentos tuvo que enfrentarse a la pregunta que estamos abordando: Is art worth a life? ¿Hasta dónde se puede llegar por la conservación del arte?

Varios de los hombres que acompañaron a la Dama del Armiño de Leonardo da Vinci de vuelta a Cracovia en abril de 1946. Archivo Nacional, College Park, MD

Ésta es una pregunta difícil de responder. Cuando empecé a escribir esta entrada me imaginé a mí misma interponiéndome en la trayectoria de una bala dirigida al cuadro de Las Meninas. Planteada así, la pregunta de Bernard Taper parece un absurdo: ¿de verdad alguien se interpondría en el camino de una persona que se lanza a atacar un cuadro? Ejemplos de este tipo de vandalismo los ha habido: por ejemplo, en 2011 en la National Gallery de Washington una mujer se abalanzó sobre una obra de Paul Gauguin.

¿Significa tanto un Gauguin como para arriesgar la vida? Posiblemente todos pensemos que no: ninguno arriesgaríamos nuestra seguridad por detener a uno de estos locos. Sin embargo, es llamativo cómo durante la guerra ocurre todo lo contrario: en estos casos la sociedad se une siempre en la defensa de su patrimonio, aun a riesgo de exponerse a un peligro mucho mayor que el que supone un vándalo en un museo.

Al comienzo he señalado lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial y el papel de los Monuments Men; muchos de ellos murieron llevando a cabo su misión. Pero no nos hace falta alejarnos mucho para encontrar más ejemplos de cómo la sociedad busca proteger el arte en situaciones similares. Durante la Guerra Civil español gran parte de las obras maestras de los museos fueron trasladadas a Ginebra para salvarlas de los bombardeos y los saqueos por iniciativa del gobierno de la Segunda República. Por otro lado, ante el asalto de numerosas iglesias, muchos católicos ocultaron en sus casas objetos y muebles de arte litúrgico para evitar su destrucción, a riesgo de ser descubiertos durante el registro de sus casas.

Transporte de Venus y la música de Tiziano en 1936
¿Qué es lo que cambia? ¿Por qué en el caso de un acto vandálico no nos arriesgaríamos a sufrir un daño pero en una guerra sí que estaríamos dispuestos a salvar ese mismo patrimonio?

Es una constante el hecho de que ante el enfrentamiento entre dos países o dos grupos ideológicos se produce un movimiento de protección de todo aquello que se considera como propio y definitorio de la identidad. Ante el ataque de un "extranjero" buscamos defender lo que nos define como somos, en un acto de independencia y rebeldía. Por ejemplo, en España tras la invasión francesa fue cuando con más fuerza se tomó conciencia de la identidad regional, definiéndose los distintos trajes populares en toda la geografía española.

La respuesta a esta pregunta se encuentra por tanto en una actitud propia del ser humano: nadie arriesga su vida si no es por un ideal. Mientras que en el caso del vandalismo ponemos nuestra integridad física por encima de las obras de arte, en una guerra esa misma obra significa para nosotros algo más que una simple pieza; en ese momento es cuando apreciamos la verdad que se esconde tras ella: esa obra forma parte de nuestra identidad como pueblo,como nación; es una pieza clave en la historia que nos ha definido como somos ahora. En resumen, vemos en esa pieza un ideal por el que merece la pena luchar y arriesgar la vida.

El oficial de Monumentos Walker Hancock ayudando a los habitantes de La Gleize a trasladar la Madonna a un lugar seguro. Colección Walker Hancock

“No queremos destruir sin necesidad aquello a lo que los hombres han dedicado tanto tiempo, cuidado y destreza (…) [pues] estas muestras de arte nos hablan de nuestros antecesores. (…) Si estas piezas debieran perderse, romperse o destruirse, perderíamos una parte sustancial del conocimiento que tenemos de nuestros antepasados. Ninguna época existe aislada; todas las civilizaciones están formadas no sólo por sus propios logros, sino por su herencia del pasado. Si estos vestigios debieran destruirse, perderíamos una parte de nuestro pasado y ello nos haría más pobres


Ronald Balfour, oficial de Monumentos británico;

discurso ante los soldados con ocasión del llamamiento a filas, 1944.


Almudena Ruiz del Árbol Moro


2 comentarios:

  1. Hay muchos que en ese tipo de momentos se olvidan de todo, y hacen lo que les piden las tripas.

    Siempre he oído contar en casa que durante los turbulentos años preguerra civil en España, durante la quema de iglesias de 1934, el vecino más comunista que había en Triana se puso delante de la puerta de la iglesia que aloja la talla del Cachorro con dos escopetas, y dijo que el que quisiera quemarla, primero se lo tenía que llevar a él por delante...

    Es extraño el ser humano, sin duda.

    Un besazo, Almu, me ha encantado tu reflexión :)

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    1. Si, siempre he pensado que nunca puedes prever qué faceta saldrá de cada uno en una situación así hasta que realmente pasa...
      Mil gracias Ana! No sabía que tenías un blog... estaré pendiente de tus posts! ;)
      Besazo enorme!

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