domingo, 3 de mayo de 2015

El segurata del museo

Me considero una persona afortunada: trabajo en un museo -el mejor de todos en mi humilde opinión- y tengo la enorme suerte de poder contemplar grandes obras de arte a diario, así como de conocer a los expertos que, día a día, escriben la historia del arte.

He asistido a muchas conferencias, y de todas ellas me gustan especialmente las que tratan temas de restauración. Quizá sea por la pasión con la que hablan los restauradores: después de muchos meses trabajando con la obra terminan empapados de su arte y la hacen suya, llegando a hablar de ella con un sentimiento casi maternal, con el orgullo de haberla visto crecer desde la ruina en la que la encontraron.

Para mi sorpresa, el otro día conocí a alguien que me habló del arte con una pasión que no esperaba de una persona de su profesión: un hombre del personal de seguridad del museo. Sin tener formación artística de ningún tipo -de hecho hace apenas un año que trabaja allí- habló sobre el arte con pasión, con mucha más pasión que la que a veces se puede encontrar en muchos historiadores.


El otro día nos contaba a una compañera y a mí que, durante los turnos de noche, comienzan siempre la ronda en los talleres de restauración. Sus primeras rondas coincidieron con el inicio de la restauración de El Calvario, de Rogier van der Weyden, y noche a noche fue viendo la evolución de la obra. Me conmovió la emoción con la que hablaba de la obra. Él mismo admitía que no tenía ni idea de arte, pero recorre todos los días las salas del museo fijándose en cada detalle y bebiendo todas las explicaciones que escucha cuando pasa de largo.

El Calvario, Rogier van der Weyden, expuesto en el Museo del Prado
Pensándolo después, me he acordado de lo que escribí hace tiempo (Relájate y disfruta) y me he reafirmado en lo que ya dije hace tiempo: para disfrutar del arte no hace falta saber, sólo querer.


Almudena Ruiz del Árbol

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