viernes, 20 de septiembre de 2013

Reflejos

Hace poco fui a visitar una "mini-exposición" que organizó el Thyssen dentro de su programa de <Miradas cruzadas>. En este tipo de muestras el museo exhibe una serie de cuadros de su colección agrupados en torno a un tema o una idea determinada, mostrando una perspectiva diferente a la que ofrece la exposición permanente. En esta ocasión, la exposición trataba sobre los Reflejos.

Uno de los temas que se muestran en la exposición es el del espejo como reflejo para representar lo que no se ve, lo que se encuentra enfrente del lienzo, “aquello que se encuentra frente a la superficie vacía del cuadro”.

Sin embargo, estos espejos no siempre muestran lo mismo. En algunos, como en  El evangelista San Lucas de Gabriel Mälesskircher –presente en la exposición-, se muestra el reflejo de la otra mitad de la instancia ficticia donde se sitúa el lienzo.

 Gabriel Mälesskircher. El evangelista san Lucas. 1478. Museo Thyssen-Bornemisza.
En otros espejos se muestra al propio autor en el acto de pintar, como en El tamborilero desobediente de Nicolás Maes. En medio de una escena familiar, en la que se puede observar a su mujer reprendiendo a uno de sus hijos, el pintor ha querido insertar su autorretrato en el reflejo del espejo de la pared. En esta imagen se muestra a sí mismo como pintor, orgulloso de su condición de artista.



 Nicolás Maes. El tamborilero desobediente. c. 1655. Museo Thyssen-Bornemisza.


En otras ocasiones los reflejos rompen las barreras del tiempo, y al contrario de lo que ocurre en la obra anterior, en cuyo reflejo podemos ver lo que se encontraba frente a la escena en ese momento, otras obras nos muestran lo que en cada momento se encuentra enfrente de ellos, como es el caso de Burbuja de jabón azul de Joseph Cornell.
  
Joseph Cornell. Burbuja de jabón azul. 1949-1950 Museo Thyssen-Bornemisza.

En esta entrada, me gustaría tratar también de otra obra que no está presente en la exposición de Reflejos: la gran obra de Diego Velázquez, La familia de Felipe IV, comúnmente conocido como Las Meninas

Se ha escrito mucho sobre el papel que desempeña el espejo dentro de su composición, sin llegar nunca a una única teoría, pues muchos incluso niegan que exista espejo alguno. Hablo aquí de esta obra porque enlaza con lo que he venido hablando anteriormente, y nos permite avanzar un paso más: el reflejo muestra lo que se encuentra frente a la escena que estamos contemplando, pero es precisamente este reflejo el que da sentido a toda la composición. En los ejemplos anteriores, la supresión de la imagen reflejada apenas alteraría el significado de la composición. El caso de Las Meninas es, en cambio, muy diferente.

En la pintura podemos apreciar al artista en el acto de pintar frente a un lienzo del que no vemos más que el bastidor. A su lado se encuentra un grupo de personas que miran hacia nosotros: la infanta Margarita con sus dos damas de compañía –las Meninas- y otros dos personajes de la corte: Maribárbola y Nicolasito Pertusato. Detrás de este grupo se encuentran Marcela de Ulloa y el guardadamas, y al fondo José Nieto, todos ellos mirando también hacia nosotros.

El hecho de que todos los personajes estén mirando hacia un mismo lugar nos indica que algo importante se encuentra allí, algo que aparentemente se escapa de nuestra vista y no podemos adivinar qué es. Aquí es donde entra en juego el espejo que se encuentra al fondo de la estancia. 

En este espejo podemos ver a los dos monarcas: Felipe IV y Mariana de Austria, que están siendo retratados por Velázquez. Podemos concluir que son los mismos reyes quienes se encuentran justo enfrente del lienzo también por el hecho de que todo el mundo actúa como si ellos estuvieran presentes: la Infanta alza la mirada buscando a sus padres, una de las “meninas” se inclina a modo de reverencia, y todos los personajes se disponen de cara a ellos.



  Diego Velázquez. La familia de Felipe IV. 1660 Museo Nacional del Prado.

Antes he señalado que muchos historiadores niegan que los reyes se encuentren presentes basándose en que no existe constancia de ningún retrato conjunto de los monarcas, y que éstos siempre se retrataran en lienzos separados. Pero los especialistas que defienden la idea del espejo responden diciendo que Velázquez no está pintando una escena real, no busca representar un episodio ocurrido en la corte.
 
Velázquez, que desde que conociera a Rubens en 1628 buscó ascender en la corte madrileña, en ese momento está intentando por todos los medios ser nombrado caballero de la Orden de Santiago (honor que obtendrá en 1660), pero uno de los obstáculos que se interponían en su nombramiento era precisamente su condición de pintor: alguien que había trabajado con sus manos no podía ser nombrado noble. Este cuadro es por tanto uno de sus intentos de dignificar su profesión: por un lado, se muestra en una actitud pensativa, intelectual;  por otro, se muestra como servidor del rey, alguien que ha trabajado con sus manos únicamente para servir al monarca; y por último y más importante, se retrata a sí mismo en presencia del monarca, algo que no le estaba permitido a ningún artista.

Es cierto que la figura del monarca no aparece directamente en el lienzo, pero es precisamente aquí donde el espejo cumple su labor más importante: Velázquez, sin retratar al monarca en el espacio representado en el lienzo, introduce su presencia por medio de la actitud que muestran los personajes y por medio del espejo.

Esta obra decoró el despacho de Felipe IV y estuvo colgada casi a ras del suelo, de modo que el lienzo se abría en la pared como una puerta a otra estancia donde le esperaban todos los personajes que aparecen en escena. En su exposición en el Museo del Prado la obra ha perdido este juego de efecto, pero aún es posible sentirse observado por la joven Infanta desde el cuadro, y dando nosotros el sentido a toda la composición al situarnos frente a ella, suplantando el papel de los reyes.


 Almudena Ruiz del Árbol

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